miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ciudades en calor


ésta es una ciudad fría
tan fría como ardientes
son los deseos de sus
habitantes

Algunos gustan de protegerse muy bien contra el frío; es una forma de defenderse, evitar el ardor interno que los irá calcinando para siempre. Los que se tapan para no tener contacto con nada. Estos son los más. Hay otros, los menos, que a despecho del frío decidirán, cada noche y puntualmente, dormir sin coraza, dejar la desnudez de la carne.

Al roce con lo que se sienta de frente. La carne, más por las noches, es una carne viva. Duelen todas las maneras de roce. Aunque, habría que aceptarlo, a la larga duele más la falta de ese roce. El que se da con otra piel, igual a la de uno hasta en lo suave.

(Dos carnes suaves están más vivas que cualquier herida -abierta o no, costra o cicatriz-. En su unión, generan la chispa, llegan a separarse las piernas).

(en esta ciudad hay quienes comparten, además de las caricias, el dolor)

Imagina que en esta ciudad haya quienes extrañamente compartan, además de las caricias, el dolor. Sus manos a propósito llevan a cabo actos mágico:precionan, con excesiva fuerza, los pezones que aún noo han dejado de ser sensitivos. En otros sería dolor y nada más, aburrido, pero en este reino par los dos es extremo de una relación apenas surgida ayer, o antier, o la semana pasada. VARIACION. Las hay, son relaciones clandestinas, de la furtividad a la luz pública, porque ¿quién puede ocultar que, finalmente, uno ha concurrido hacer el amor a una mujer? Sin grandes ceremonias (a pesar del verbo anterior) se va llegando, con tranquilidad, al aposento del gran sexo -nos dejará temblando por lo inefectivo. Sumense los complejos de culpa y la dificultad para el orgasmo, lo inútil del encuentro cercano al desencuentro, la huída y sus pretextos...Pero se da. Solamente, por decir algo, con la puntualidad de lo espontáneo, se prepara la visita y aparece aún vestido a la sombra de las lámparas encendidas. El lugar, incluso, puede ser acogedor. Y qué. Calma y nos amaneceríamos si no tuviéramos que cambiar de lugar. Siempre.

Sé, sabemos, de una pareja que conoció el amor maravilloso a los 11 o 19 días de haberlo declarado. ¿Va la anécdota? Va.

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Él es joven, ELLA es mayor. Los dos son jóvenes. Trabajan en la misma cosa y el trabajo los ha juntado. Gracias a él se conocieron. E iniciaron la historia del amor. Mareados, dentro de un cochecito que los llevaba, en buen estdo, a la separación cada noche. Un día decidieron que no habrían má de estar separados, ni siquiera lo indispensable para mantener la salud mental. Y se escaparon. Arreglaron todo para que no se notara tanto la diferencia. ELLA no avisó; vivía sola y no había demasiado problema; sólo estar pendiente de que alguien la cubriera con la coartada convincente ante la telefónica llamada familiar. ÉL inventó que se iba de viaje turístico a otra ciudad, con un su amigo. Todo estaba preparado para que desaparecieran. Tomaron el camión hacia la otra ciudad. ¡Carajo!, cuánto se nota el beso de dos enamorados que van juntos en un camión. Todas las miradas se central en ellos, y ÉL no puede meterme bien la mono a ELLA. Ah, pero hay algunas veces en que los besos son ago así como sinónimo de la metáfora de Cristóbal Colón hollando la playa de una isla americana. Besos que se repiten una y otra vez, sabiéndose nuevos, y aunque besos, asunto de esplendor. En la otra ciudad, cambiaron d transporte, y como se equivocaron de estación, tuvieron que caminar mucho. Entraron a ver una película sobre un cantate judio-norteamericano, y ahí se enojaron. Tontos, no se quisieron dar cuenta de que los enojos habrían de ser frecuentes en su relación. Enojos infantiles, estúpidos, que llenarían luego sus vidas. Después de su primer enojo de mirame y no me toques, no te acerques porque te demostraría mi amor y no quiero, salieron. Qué vamos a hacer preguntó ÉL y ELLA lo hizo caminar más, y fueron rechazados en uno y otro hotel que bajo el pretexto de "no hay cuartos" dejaban ver que no querían ser hoteles de paso. Qué va. Todos los hoteles son de paso. Y hay algunos especializados. Son divinos. Acogen a los amantes de la misma manera en que reciben a n agente viajero o a un campesino en busca del reconocimiento a su parcela ejidal en la Reforma Agraria. Hoteles cuyo administrador tiene cara de maldito (Ver otras historias aledañas) e inclemente se atreve a pedir datos que no se quisieran dar, pero no hay más cosa por hacer que proporcionar información falsa. Nadie la investigará pues ¿quien ha muerto de un orgasmo en un hotel de paso? La llave del cuarto abre, co la chapa, sino la pérdida de la horrorosa virginidda para algunos (ah, el hombre no puede ser virgen; la mujer sí, en ocasiones) ELLA (y Él menos) no quiere embarazarse, y lo manda a comorar anticonceptivos.

Por: José Luis Herrera Arcineiega
En: Literatura del Estado de México

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