miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ciudades en calor II



Qué se hace: salir con su cara de circunstancia a la calle de esa ciudad desconocida que por suerte tiene una activa vida nocturna, y aún encuentra una farmacia abierta. Ahí no caben vacilaciones: espera a que no haya nadie, y dice al dependiente con vos firme, tan firme que tiene que repetir la pregunta: ¿Tiene óvulos anticonceptivos? Para el segundo qué del dependiente ya ha llegado gente a la farmacia, pero como se había ganado la preferencia por arribar antes, el dependiente habrá de atender al necesitado del método antibebés. Ese dependiente los tapa cauteloso, y cobra muy cortés. Corre que te corre, sofocado, con los cigarros metidos entre pecho y espalda, pulmones a punto de empezar el proceso de endurecimiento, toca la puerta: ELLA se bañó y tonta tarada nerviosa ecuánime tranquila sugiere (que es una manera de dar línea de política sexual entre quien no ha copulado más de tres veces con mujer y quien no ha conocido hombre) sugiere báñate qué esperas. Él prueba que todo buen hotel no tiene agua caliente, y que el baño es el medio para obtener una característica de atleta: pie. Se baña. Hay calma. La ciudad es un huevo extraño. Sale con mínima toalla blanca síndrome de infecciones y qué. ELLA lee un libro al revés. Está dentro de la cama, viste un horrible camisón combinación perico que meses después perderá. (Era justo). La caja de los anticonceptivos aceitosos óvulos está abierta, lo que es signo de que la prevención se llevó a cabo adecuadamente. Él tiene que apagar la luz; ELLA lo ordenó. Aancestrales tradiciones de rancias familias de clase media lo exigen así a la joven que se escondió para perder lo más preciado de su condición sexual -sí, la virginidad, aunque ella dice y dirá toda su vida que ama a su hombre-. Para meterse a la cama. ÉL tira la única toalla en toda la habitación al suelo, debajo conserva los mínimos calzoncillos, y como era tramada la cosa, él los había seleccionado por "sexis" (cursilería de tercer grado). Y después, viene el descubrimiento: Colón se acerca a la isla, la toca, presiente los montes de los pechos y de Venus, la va despojando cariñosamente de la pantaleta, lanza el camisón a un lado, y se acalora con el cuerpo cercano. Ah, a veces no hay como la primera vez. Los dos son nuevitos en esto, y la experiencia trae consigo crisis de impotencia, el dolor supuesto o irreal y tan duro del miembro destrozado (así es ¿así es?) una membranita que al final resultó ridícula y no es cierto que sangre tanto. Depende. La experiencia, a pesar del temor, es nueva y en ese entonces te ama demasiado. Y tú también. Al otro día, ÉL victorioso, ELA adolorida (fingid urbanamente) irán a comer mariscos a un conocido centro del viejo primer cuadro citadino, demostración científica de que en la primera noche es posible que dos inexpertos puedan provarlo TODO (palabra merecedora de ser recordada en mayúsculas grandes).


Por:José Luis Herrera Arciniega
En: Literatura del Estado de México

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